El baterista Billy Cobham, que desde los años 80 reparte su tiempo entre Nueva York y Zurich, se presentó aquí con su banda integrada por el brasileño Marco Lobo (percusión) y los franceses Jean-Marie Ecay (guitarra), Fifgi Chayeb (bajo) y Christopher Cravero (teclados y violín). La banda de Cobham no tiene un asentamiento fijo, su música tampoco: es un jazz-rock-funky que se viene escuchando desde hace 20 o 30 años en cualquier parte del mundo, aunque debe admitirse que esta banda tiene una energía superior a la media.
Cobham, baterista virtuosísimo y potente, actúa como el auténtico director de la banda. Todo gira en torno de él; esta es su fuerza y también su debilidad, ya que todo lo que no tiene que ver con la trama rítmica es un tanto decorativo o accesorio, musicalmente intrascendente, ya se trate de los previsibles solos del bajo, la guitarra, el violín o los teclados. La música se vuelve más interesante cuando el ritmo asume formas más caribeñas o líricamente más abiertas, sobre las cuales el violín o el piano eléctrico de Cravero puede diseñar arcos más amplios (como en el caso de la pieza Florinópolis), o bien más onomatopéyicas, como la poética evocación del tren en Clitter Clatter. Lo mejor del concierto tuvo lugar hacia el final, en Alfa Waves: la rítmica desnuda, sin adornos, en el duelo de Cobham y el extraordinario Lobo; primero Cobham con un bombo y Lobo con un berimbau, después con la batería y todo el set de percusión.
Nada más en las antípodas del quinteto de Cobham que el quinteto de Mariano Loiácono que, a modo de presentación, abrió el concierto con tres piezas; tanto por su sentimiento lírico como por la búsqueda de un sonido que parece abrirse camino a cada paso.
Cobham, baterista virtuosísimo y potente, actúa como el auténtico director de la banda. Todo gira en torno de él; esta es su fuerza y también su debilidad, ya que todo lo que no tiene que ver con la trama rítmica es un tanto decorativo o accesorio, musicalmente intrascendente, ya se trate de los previsibles solos del bajo, la guitarra, el violín o los teclados. La música se vuelve más interesante cuando el ritmo asume formas más caribeñas o líricamente más abiertas, sobre las cuales el violín o el piano eléctrico de Cravero puede diseñar arcos más amplios (como en el caso de la pieza Florinópolis), o bien más onomatopéyicas, como la poética evocación del tren en Clitter Clatter. Lo mejor del concierto tuvo lugar hacia el final, en Alfa Waves: la rítmica desnuda, sin adornos, en el duelo de Cobham y el extraordinario Lobo; primero Cobham con un bombo y Lobo con un berimbau, después con la batería y todo el set de percusión.
Nada más en las antípodas del quinteto de Cobham que el quinteto de Mariano Loiácono que, a modo de presentación, abrió el concierto con tres piezas; tanto por su sentimiento lírico como por la búsqueda de un sonido que parece abrirse camino a cada paso.
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